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Cada palabra es un trocito de realidad, un trocito de vida, así que todas las palabras juntas, reunidas en comunión, forman el mundo que vemos, el mundo que soñamos, todo lo que somos.

Este domingo 23 de abril, se celebra, como cada año desde 1930, el Día Mundial del Libro. Se escogió esta fecha clave porque fue el día en el que fallecieron Miguel de Cervantes y William Shakespeare en el año 1616. En el colegio, el próximo viernes 28 de abril culminaremos el mes del libro con un mercadillo poniendo a vuestro alcance libros para tocar, leer y atesorar. Defender la importancia de la literatura hoy en día puede parecer vano incluso reiterativo pero es que, afortunadamente, los libros, esa sucesión de palabras reunidas, están muy vivos, y están ahí, aguardando y en silencio. Incitan, llaman, sin exigir. Están mudos en su estantería. Sobre ellos parece flotar el sueño, y, sin embargo, si pasas cerca de ellos con la mirada, con las manos, no te siguen con sus gritos implorándote, ni se adelantan hacia ti. No exigen. Esperan a que te hayas abierto a ellos; sólo entonces ellos se abren.

Por eso, tenemos que estar preparados para ellos, para los libros. Hay que sentirse un poco vacíos y abiertos. “Hay que tener sed para que el agua te sacie y refresque” dice el principito. Hacia los libros, tenemos que sentir esa misma sed, hay que sentir el silencio dentro de nosotros. ¿Cuándo puede ocurrir? quizá una noche, a la vuelta de un paseo, o un mediodía, cansados del trabajo, o una mañana, al despertarnos. En ese momento, podemos sentir la necesidad de soñar. Así, nos podemos dirigir hacia la estantería. Cien ojos, cien nombres salen a la vez, silenciosos y pacientes, al encuentro de la mirada que busca, aguardando humildes la llamada, y dichosos, sin embargo, de ser escogidos y de ser tomados. Están vivos. Y luego, el ser blanco y silencioso se adapta a nuestra mano flexible. No siempre el primero que tomamos, nos suena claro. No hay problema, podemos devolver el libro a su lugar. Hasta que se acerque el apropiado, el que se acomoda al instante preciso; y de pronto te sientes abrazado. Ahora, el libro, se ilumina inmediatamente con luz interior. Se obra la magia. Se abren de par en par los caminos que se llevan tu sentimiento.

Los libros incitan, consuelan también; sosiegan el sentido. Y paulatinamente se sumerge uno en ellos, se produce un sosiego y una contemplación, una quietud…

Los libros se convierten entonces en los más fieles y callados compañeros, dispuestos en todo momento, como lo han estado hasta ahora en los días más tenebrosos de soledad espiritual: en hospitales, en las cárceles y en los lechos de dolor, en todas partes, en vela siempre. Proporcionan a los hombres ensueños y un instante de calma en la inquietud y el tormento, arrebatan el alma.

Esos pequeños pedazos de infinito, se mantienen imperceptibles, alineados en la pared en nuestra casa. Pero si los libera la mano, si el corazón los toca, saltan, invisibles, están vivos, y su palabra nos eleva desde la angostura a la eternidad. Es tanto lo que nos dan, generosos en su riqueza, que merecen una gran consideración, un trato de muy estrecha amistad. Efectivamente, los libros son amigos, pero también maestros que nos permiten reflexionar sobre el mundo en general, sobre el pasado, el presente y el futuro, además de sobre nuestro mundo y circunstancias particulares. Y muchos de esos libros nos están esperando, porque están vivos, en el mercadillo del libro del próximo viernes 28. Id preparando vuestro interior para dejaros asaltar por alguno.

¡Feliz y provechoso día!